Cuando miramos con recelo y cierto rechazo a personas que padecen una enfermedad mental, no estamos contribuyendo a su recuperación e integración en la sociedad. Más bien, alentamos a que contunúen marginados y apartados del » mundo de los cuerdos».

Me llena de tristeza pertenecer a una sociedad donde aún existen tantos tabús con respecto a estas enfermedades. Pero, sobre todo, me desespera la falta de información y de curiosidad que existe hacia ésta. Ni siquiera en muchas de las familias de personas afectadas se detecta un verdadero deseo de informarse. En muchos casos, no se preocupan de saber cómo pueden ayudarlos para que su incorporación a la sociedad se realice de manera satisfactoria. Es dramático que un considerable porcentaje de enfermos mentales, una vez fuera del psiquiátrico, terminen en la mendicidad, al verse despojados de su propio entorno.

 

 

Si supiéramos lo positivo y beneficioso que resulta para este tipo de personas sentir que disponen de un verdadero apoyo familiar o de un entorno en el que se encuentran integrados creo que adoptaríamos otra actitud más positiva.

Cuando Andrés , mi hijo, cursaba segundo año de Ingeniería Industrial, sufrió su primer brote de esquizofrénia. Hasta aquel momento, nada en su comportamiento me había hecho sospechar que pudiera verse afectado por una enfermedad así. Pero ocurrió. Y, durante un par de años, tanto su vida como la nuestra se quedó como en suspenso.

Les mentiría si no dijera que lloré y me desesperé hasta que logré asimiliar, mínimamente, lo que estaba pasando a Andrés. Durante los primeros meses, cada vez que le visitaba en el psiquiátrico , se me hacia insoportable verle rodeado de personas en las que sí era evidente la huella de su enfermedad. El corazón se me rompía al dejarlo allí y no podía dejar de rememorar la expresión perdida de su mirada.

Pero , Andrés fue progresivamente recuperando el equilibrio y volvió a casa.

Vivir de nuevo con los suyos y sentir que recibe el afecto de todos, incluidos la mayoría de sus amigos, le ha beneficiado muchísimo. Mi hijo a logrado volver a ser el mismo de antes. Su enfermedad no tiene cura, pero él puede hacer una vida normal si sigue tomando su medicación. Y así es. El curso pasado decidió retomar sus estudios de Ingeniería Industrial y su rendimiento es excelente. Además, estoy contenta porque, desde hace unos meses, ha comenzado a salir con una chica.

Como madre siento temor a que vuelva a recaer, pero su psiquiatra me dice que, cuanto más se «normalice» su vida, más alejada quedará esa posibilidad.

 

Fuente: Revista PRONTO Nº1941 (2009)

Por afmmebre

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